Nueva Delhi, 28 ago (EFE).-
El activista Anna Hazare rompió hoy el ayuno que mantenía desde hace doce días en Nueva Delhi tras el anuncio de que Parlamento indio asumirá su exigencia de reforzar la lucha contra la corrupción, algo sin precedentes en este país.
Hazare finalizó su protesta después de que el primer ministro indio, Manmohan Singh, le comunicara por carta que la Cámara se plegaba a su demanda, lo que medios locales interpretan como una histórica victoria de la sociedad civil sobre la clase política.
Tras recibir anoche la misiva -en la que Singh aseguraba que "la voluntad del Parlamento es la del pueblo" cuando hasta entonces rechazaba de plano su petición-, el activista bebió esta mañana un vaso de agua de coco mezclada con miel que le ofrecieron unas niñas.
Hazare tomó a continuación la palabra para agradecer su apoyo a las decenas de miles seguidores que se habían congregado en la céntrica plaza de la capital india donde ha mantenido su ayuno y a quienes advirtió que se trataba de "un triunfo, a medias".
"Suspendo el ayuno, no lo doy por concluido. La lucha seguirá hasta que apruebe el Lokpal (la ley anticorrupción)", dijo el activista, que exige que esa legislación abarque a toda la administración, se aplique en todo el país e incluya una carta de derechos ciudadanos.
Entre cánticos y vítores de sus simpatizantes, Hazare fue trasladado después a un hospital de Gurgaon (sur de Nueva Delhi), donde permanecerá durante dos días para ser sometido a un exhaustivo chequeo médico debido a su deteriorado estado de salud.
De 74 años, Hazare ha perdido siete kilos y padece debilidad extrema por haberse negado a recibir alimentación intravenosa.
Se pone a si punto y aparte a una protesta que ha despertado una masiva ola de simpatía que se ha extendido por las principales ciudades indias hasta transformase en la mayor movilización popular en contra de la corrupción desde la independencia del país en 1947.
Y que con otro formato puede proseguir en el futuro.
Según sus asesores, además de la enmienda de la ley Lokpal, el activista pretende una reforma de la ley electoral, lo que considera "el siguiente paso" en una campaña de moralización que ha puesto en jaque a la clase dirigente y cuyo desarrollo es incierto.
De inspiración gandhiana, Hazare cuenta, sobre todo, con el apoyo de la clase media urbana de confesión hindú en un país donde la población rural es todavía mayoritaria y en el que representantes de las principales minorías se han mostrado críticos con su discurso.
Líderes sij, musulmanes y de los llamados "dalits" o "intocables" -que ocupan el escalafón más bajo en el sistema de castas-, han acusado a Hazare de defender solo los intereses de los hindúes y de vínculos con los sectores más extremistas de esa comunidad.
Antiguo militar, Hazare inició su carrera como activista en el poblado de Ralegan Sidhi, en el oeste indio y donde un impuso una autoridad que denomina "de consenso" con el argumento de que "las elecciones traen política partidista, y destruyen la unidad".
Tras prohibir -por "consenso"- el consumo de alcohol en Ralegan Sidhi, Hazare y sus seguidores han llegado en ocasiones a atar a las columnas de los templos a quienes aparecieran borrachos, según relata el autor Mukul Sharma, en un libro de próxima aparición.
A la incógnita que plantea la posibilidad de que Hazare imponga derivas de esa naturaleza a mayor escala se suma la incertidumbre sobre la repercusión que en el sistema institucional tenga esta primera victoria del activista en su pulso con el poder político.
Singh cedió ayer a la demanda de Hazare tras un acalorado debate parlamentario en el que todos los grupos quisieron dejar claro que la soberanía popular solo descansa en las instituciones elegidas democráticamente, y que no aceptan otro tipo de representación.
Pero todos los grupos acabaron por aceptar la exigencia de Hazare ante el peligro de que la situación escapara de control.
El panorama que ha ofrecido la India en los últimos doce días ha llevado a algunos observadores extranjeros a comparar el "fenómeno Hazare" con la conocida como primavera árabe, por tratarse de un movimiento social que se ha rebelado contra la instituciones.
En declaraciones a Efe, el analista indio Tarun Basu mostró, sin embargo, su desacuerdo.
Basu recordó que en la India existe la corrupción pero también la posibilidad de denuncia, y que "pese a todas sus contradicciones, complejidades y su caos inherente" se trata de un país que, con 1.200 millones de habitantes, es la mayor democracia del mundo.
Por Alberto Masegosa
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