domingo, 15 de febrero de 2009

¿El talento se puede inventar?

La ciencia, a medida que va irrumpiendo en la cultura popular, ofrece respuestas a las mujeres y los hombres de la calle, que antes debían buscar en los protagonistas del pensamiento dogmático o en los brujos. La búsqueda del talento y la creatividad es un buen ejemplo.


¿Han oído hablar de la capacidad metafórica? Es el primer requisito del talento; la especie humana se supone que lo desarrolló hace unos cincuenta mil años. El primer día que uno de los homínidos cazadores recolectores exclamó «¡Mi hijo es más fuerte que el hierro!» estaba activando un don insospechado de mezclar dominios cerebrales distintos como el biológico –el hijo– con el dominio, hasta entonces separado, de los materiales –en este caso, el hierro–.


Cincuenta mil años después, los catedráticos utilizan una palabra para el mismo don: multidisciplinariedad. Sin ejercicio del poder metafórico o multidisciplinar no hay talento que valga.


En el cerebro existen unos circuitos por donde se activan los llamados inhibidores latentes. Las personas a quienes les funcionan adecuadamente pueden leer una novela en un tren abarrotado de gente. Se inhiben del mundanal ruido y pueden concentrarse en la lectura de la novela. Igual ocurre con los enamorados. En este caso, sus inhibidores latentes les funcionan demasiado bien, hasta tal punto de que se abstraen de todo lo demás y sólo pueden concentrarse en los supuestos atributos de la amada o el amado. Sirve de poco alertarlos de peligros reales sobre la conducta del ser amado. Sólo ven sus virtudes y se inhiben del resto.


Sin inhibidores latentes como éstos, es decir, aquellos que permitan asimilar información o conocimientos procedentes de lugares dispares, como ocurre con los artistas, no hay talento que valga.


¿Hay que decidir con el corazón o con la razón? Durante mucho tiempo se creyó que el talento era el fruto de una reflexión. Nunca se habían analizado científicamente los mecanismos intuitivos. La intuición no se consideraba siquiera conocimiento. No te podías fiar de la intuición. Más tarde, el análisis científico demostró que gran parte de la historia de la evolución transcurrió a golpe de intuición. Cuando no había tiempo para ponderar distintos factores, se tomaban decisiones intuitivamente; y la verdad es que, poco a poco, se pudo constatar que el margen de error en los procesos automatizados no era mayor, sino todo lo contrario, que el de los procesos discriminatorios, cuando había tiempo para pensar.


En los últimos años, la ciencia ha ido más lejos y ha llegado a la conclusión de que, en determinados casos, es mucho más segura la intuición que la razón. ¿Cuándo? Cuando no se dispone de toda la información necesaria. En muchas ocasiones, menos información es mejor que mucha información. Un ejemplo: ¿qué población tiene más habitantes, Toledo o Guadalajara? Si la pregunta se hace a españoles, que sobre este particular tienen bastante información, la opinión estará muy dividida. Si la misma pregunta se hace a ciudadanos franceses que han oído hablar de Toledo alguna vez estudiando la historia, pero poco más, el porcentaje de aciertos en las respuestas será, con toda probabilidad, más cercana a la realidad: Toledo.


El talento depende, por último, del coeficiente intelectual. De lo listo que sea uno. Eso es lo que se había creído siempre. Pues es falso. Resulta que el mejor jugador de hockey sobre patines lo es porque le ha dedicado al tema un promedio de diez mil horas. Lo mismo que el primer jugador de baloncesto del mundo. Lo mismo que Bill Gates a la programación de ordenadores. Sin dedicación y esfuerzo no hay talento que valga.

Eduardo Punset

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