domingo, 9 de septiembre de 2007

NiñoS FeraleS... ...AdultoS LocoS.

Cuando me encuentro con cosas como estas, realidades de la mente... ... Pienso en que la seleccion natural en los humanos, esta fallando, creo que en algun lado de nuestra evolucion, hemos patinado y hemos traducidos las palabras a nuestro antojo, creando monstruos, ninguna otra especie es tan retorcida y cruel como la nuestra, no somos mas inteligentes, NO, somos depredadores, crueles.

When I am with things like these, realities of the mind… … I think about that the natural selection in the humans, this failing, I believe that in some side of our evolution, we have slid and we translated the words to our ill, creating monsters, no other species so is twisted and cruel as ours, we are not but intelligent, NO, we are predators, cruel.


Genie (fotografía de la izquierda) es el nombre que le dieron las autoridades de California a una niña descubierta en un suburbio de Los Ángeles en 1970. Se trata de un claro ejemplo de lo que en psicología se denomina niños ferales o salvajes, es decir, niños aislados, confinados o criados por animales que suelen tener un desarrollo cerebral diferente al de las demás personas. Su historia es terriblemente dramática y conmovedora.



Genie nació el 18 de abril de 1957. Vivía con sus padres, Irene y Clark Wiley, y su hermano mayor, John. La madre tenía una ceguera bastante avanzada debido a las cataratas que sufría y a su retina desprendida. Clark era un hombre violento y depresivo que pegaba frecuentemente a su esposa


Genie nació normal físicamente pero comenzó a hablar un poco tarde, a partir de los 20 meses. Un médico familiar consideró que quizás la niña tuviese un posible retraso mental. Clark, temiendo que las autoridades le quitaran a su hija, decidió recluirla en la casa.
Hasta los 13 años, Genie sólo tuvo contacto con su padre. Permanecía encerrada en su cuarto, vestida únicamente con un pañal y atada a una silla-orinal (”potty chair” o silla entrenadora). De noche, el padre la ataba y la dejaba en una jaula hecha de alambre y madera, dentro de una bolsa de dormir. A veces se le olvidaba hacerlo y la niña pasaba la noche en la silla sin abrigo. No podía emitir ningún sonido. Si lo hacía, Clark la golpeaba o la asustaba. Genie no sabía comer ni ir al baño por sí sola. Los alimentos (comida de bebé, cereales y huevos cocidos) se los daba el padre. El cuarto de Genie, sin juguetes ni adornos, tenía las ventanas tapadas, sólo había un pequeño hueco en la parte superior de los cristales. La niña, durante 13 años, podía ver exclusivamente 5 centímetros de cielo y parte de la casa del vecino.





La madre y el hermano permanecían también recluidos en la vivienda. Su vida era un poco más tolerable porque el padre les permitía salir de vez en cuando. Cuando Clark les prohibía la salida, se sentaba con una pistola cargada para vigilarlos.
En 1970, Irene consiguió escapar con sus hijos. Buscó ayuda del Estado, acudiendo a una oficina de beneficencia. La trabajadora social que la atendió pensó que la niña que la acompañaba era autista y que tendría unos siete años. Cuando descubrió la verdadera edad, llamó a un supervisor y dieron aviso a la Policía. Los padres fueron acusados de negligencia y maltrato infantil, pero pronto se descubrió que el principal responsable era el padre, quien, poco antes de comenzar el juicio, se suicidó.
La niña fue internada en el Children’s Hospital de Los Ángeles. Andaba de forma extraña, escupía, casi no emitía sonidos y se masturbaba en público. Los médicos comenzaron a enseñarle a vestirse sola y a responder a algunas preguntas. Los especialistas que la estudiaban no estaban de acuerdo sobre los avances que se lograrían en el comportamiento y en el lenguaje de Genie. Unos médicos opinaban que el lenguaje no es producto de la civilización sino que es innato en el ser humano y que, por tanto, podría aprenderlo. Otros, sostenían que hay cierto umbral del desarrollo en que el cerebro puede aprender tareas como el lenguaje. Cuando se supera ese tiempo, no es posible enseñarlo.
La Dra. Jeanne Butler, que recibió ayudas económicas del gobierno para estudiar a Genie, se la llevó a su casa. Intentó proporcionarle a Genie un medio ambiente agradable y familiar y no permitía visitas de parte del equipo que en un principio se ocupó de la niña. Sus detractores la acusaron de utilizar a la niña , buscando la fama a costa de ella. La doctora siempre se defendió afirmando que su interés era altruista. Lo cierto es que su petición para adoptarla legalmente fue rechazada y la niña regresó al hospital. No mejoró de esta manera la situación de la pobre Genie, que volvió a estar rodeada de un equipo de terapeutas que la consideraban más un objeto de estudio que un ser humano.
Posteriormente, David Rigler y su esposa Marilyn se hicieron cargo de la pequeña. Permaneció con ellos cuatro años. Durante este tiempo, la niña aprendió a sonreír, lo básico del lenguaje de señas, algunas frases cortas y a hacer dibujos sencillos.
Pero en 1974 se suspendió el presupuesto que la Asociación de Salud Mental de los Estados Unidos destinaba a Genie. La asociación estimó innecesario continuar con la investigación cuya importancia científica le resultaba dudosa. Los Rigler, sin ayudas económicas y presionados por la Dra. Butler que los acusaba de haber ocasionado una involución en Genie, abandonaron su custodia en 1975. No obstante, este matrimonio consiguió que dijera frases cortas como “tienda comprar puré manzana”.
Genie, después de un juicio, fue entregada a su madre, que se había operado la vista. Ésta pronto se dio cuenta de que le resultaba muy difícil cuidar a su hija y la dio en adopción. Genie pasó por seis familias adoptivas diferentes. Algunas de ellas la maltrataron y experimentó regresiones. En uno de estos hogares, después de ser duramente castigada por vomitar, dejó de hablar porque tenía miedo de abrir la boca.
Debido a una orden judicial, que protege su intimidad, se sabe poco de Genie en la actualidad. Sí ha llegado a conocerse que se encuentra en una institución de California llamada San Gabriel/Pomona Valleys Foundation, que se dedica al cuidado de adultos con retraso mental, autismo, parálisis cerebral o epilepsia.




Sobre la dramática historia de esta niña, Russ Rymer ha escrito tres libros titulados: “Genie: A Scientific Tragedy”, “Genie: An Abused Child’s Flight from Silence” y “Genie: Escape from a Silent Childhood”. Otro libro (“Savage Girls and Wild Boys: A History of Feral Children” de Michael Newton) dedicado a los niños ferales le dedica a Genie un capítulo. También se hizo una película en 2001 llamada Mockingbird Don’t Sing.
Estos estudios sobre niños salvajes son una oportunidad que brinda la vida para hacer un tipo de investigaciones que de otra manera no serían éticas (no se puede encerrar un niño para estudiar su desarrollo psicosocial, psicomotor…). Estas investigaciones evidenciaron una nueva realidad en los estudios de psicología evolutiva: hasta entonces se creía que existían unos periodos críticos de aprendizaje del desarrollo cognitivo, unas etapas de tiempo que, una vez transcurridas, no tenían vuelta atrás; y los estudios demostraron que, más que de periodos críticos transcurridos los cuales ya no se podía producir el aprendizaje, había que hablar de periodos sensibles, es decir, lapsos temporales en los que el ser humano tiene más facilidad para adquirir determinadas habilidades cognitivas durante su desarrollo, pero que podía seguir habiendo aprendizaje, con algunas mermas y más dificultad, eso sí, transcurridos dichos periodos sensibles. Por eso, Genie (o Víctor, el pequeño niño salvaje que inmortalizara Truffaut) fue capaz de adquirir ciertas habilidades cognitivas mucho tiempo después del momento en el que se suelen producir en niños que viven en circunstancias normales. No obstante, el desarrollo de Genie no llegó a alcanzar la plenitud a la que puede llegar un individuo cuyo ambiente social y cognitivo sea el adecuado durante su crecimiento.

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