La pobreza es mezquina
Nunca he estado de acuerdo con quienes alaban la humildad de la pobreza. Hay gente a la que se le llena la boca hablando de lo agradecidos, nobles y humildes que son los pobres con los que trabajan; yo no comparto esa opinión. La pobreza miserable no hace a quienes la padecen más humildes ni más agradecidos, sino que los envilece.
Estoy trabajando de voluntaria en una asociación que ayuda a hispanoamericanos. Proceden en su mayoría de un pequeño país que hasta ahora conocía solamente por sus niveles extraordinarios de violencia en general y contra las mujeres en particular. Se dan en ellos todos los componentes necesarios para que su mezquindad sea aún más difícil de perder: miseria, resentimiento, escasa formación secular e intenso adoctrinamiento religioso. Hablan con desprecio de los indígenas, aunque ellos mismos son de color marrón y rasgos propios de indios; el resentimiento que albergan contra los españoles no tiene límite,
aunque conmigo lo intentan camuflar mal que bien (tratan a las mujeres con deferencia, pero solamente a las que no son suyas); despotrican contra los Estados Unidos y exigen que los legalicen, pero miran a los estadounidenses por encima del hombro, se ríen de sus valores, no quieren pagar impuestos ni aprender su idioma y se burlan de la condenación que ha caído sobre los estadounidenses por el libertinaje que abunda en el país
, tan poco acorde con los valores del Antiguo Testamento que ellos defienden.
En el desempeño de mi trabajo como voluntaria presto muchísima atención tanto a lo que me dicen como a las conversaciones que desarrollan a mi alrededor, y cada semana identifico a uno o dos individuos que no casan exactamente con la descorazonadora descripción que doy en las líneas anteriores. También son ilegales, y están en este país por los mismos motivos que sus compatriotas, pero tienen una voluntad de integración y aprendizaje que la mayoría de sus compañeros no comparte. Y me da pena no contar con los medios para hacer llegar la ayuda que realmente necesitan a aquellos que de corazón la quieren y la pueden aprovechar. Las ideas me bullen en la cabeza, pero soy una recién llegada, y la organización peca de lo que tantas otras asociaciones sin ánimo de lucro: falta de coordinación y exceso de permisividad, o falta de protocolo si esto de la permisividad os suena mal.
En España estuve una temporada en un proyecto en el que enseñaba español y alfabetización a extranjeras. La situación era menos tensa para mí que ahora, que trabajo con hombres, pero el problema de fondo era el mismo: solamente dos personas dábamos la cara por las clases y las sesiones de orientación sin tener ninguna autoridad sobre quienes acudían a nuestros servicios ni sobre los recursos, y nos encontrábamos con la cruda y triste realidad:
de quienes venían, solamente un diez por ciento lo hacía con buenas intenciones. El resto quería que nos mojáramos el culo nosotras para que ellas tuvieran peces, y con el añadido de que muchos de sus maridos y compañeros sentimentales se oponían a que recibieran formación.
¿Cómo ayudas a integrarse en una sociedad a quienes exigen privilegios sin querer aceptar responsabilidades, a quienes reclaman respeto para sí pero a la vez desprecian a los que no pertenecen a su clase y religión? ¿Qué haces cuando tienes que trabajar con personas que lo único que quieren aprender es cómo engañar a quienes les están tendiendo la mano, empezando por ti?
Me encuentro sonrisas y caras de pena, historias que ponen los pelos de punta de los viajes en el desierto para entrar en los Estados Unidos y se supone que debo ser comprensiva y tener lástima de sus pobrecitas vidas, pero solamente experimento esos sentimientos con la minoría que realmente quiere hacer algo por sí misma sin burlarse ni querer aplastar a quienes le ofrecen ayuda. Hacia los que quieren que les pongan las cartas sobre la mesa, conocer su situación y qué hacer para mejorarla. No siento ninguna lástima por los que quieren que les digan que qué pobrecitos y que se lo merecen todo por el mero hecho de existir.
La inmigración descontrolada es un problema en todas partes, desde luego en España nos hemos lucido estos últimos años, pero en este país el problema alcanza unas dimensiones extraordinarias, quizá por venir de más antiguo.
Se rumorea en los círculos de asociaciones de inmigrantes hispanoamericanos que el gobierno de Obama está planeando una amnistía para los indocumentados como la que hubo en los 80 del siglo pasado. Yo creo que se equivocan en sus previsiones, y espero en cualquier caso que tal amnistía no se produzca. Mi mentalidad está demasiado orientada hacia el esfuerzo y el merecimiento como para estar de acuerdo.
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