México, otra forma de honrar a los muertos.
Aunque también se conmemora en algunos países de Centroamérica y Sudamérica, el Día de los Muertos es una de las celebraciones más peculiares de México. Según apuntó la UNESCO cuando declaró esta tradición Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, “es una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país”.No es para menos. El viajero que visite cualquier ciudad o pueblo del inmenso país en esta fecha podrá descubrir una manera totalmente diferente de relacionarse con la muerte. El Nobel mexicano Octavio Paz lo explicó del siguiente modo: “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”.Esta fiesta de origen prehispánico comienza el 1 de noviembre y se alarga hasta el 2. La primera jornada se rinde homenaje a los santos y a los niños fallecidos instalando altares en las iglesias y capillas, o en las casas de las familias que han perdido algún vástago, respectivamente. El segundo día llega el plato fuerte. Los mexicanos acuden en masa a los cementerios y colocan vistosos altares llenos de velas, flores, retratos y otros objetos en las tumbas de sus familiares. Los altares tienen siete alturas en alusión a la cantidad de niveles que tienen que recorrer las almas de los difuntos antes de alcanzar el descanso eterno.
Aunque hay puntos en común, cada región de México tiene su manera propia de celebrar el Día de los Muertos. En la isla de Janítzio (estado de Michoacán), por ejemplo, los vecinos pasan la noche en el cementerio entonando cantos religiosos en honor a los muertos. La isla, un importante centro turístico de la zona, queda prácticamente iluminada en su totalidad por miles cirios. En Oaxaca, al sur del país, se celebran representaciones de cortejos fúnebres y pequeñas fiestas con comparsas en los propios cementerios.Por su parte, Mérida, capital de Yucatán, también tiene su propia tradición. Allí se puede presenciar una celebración de origen maya que lleva por nombre Hanal Pixán (comida de ánimas, en español). La fiesta arranca el 31 de octubre y representa el momento en que las almas reciben autorización para visitar a sus familiares vivos. La riqueza y variedad gastronómica es otro de los atractivos fundamentales del Día de los Muertos, y el plato más característico de esta fecha es el pan de muerto.
Aunque también se conmemora en algunos países de Centroamérica y Sudamérica, el Día de los Muertos es una de las celebraciones más peculiares de México. Según apuntó la UNESCO cuando declaró esta tradición Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, “es una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país”.
No es para menos. El viajero que visite cualquier ciudad o pueblo del inmenso país en esta fecha podrá descubrir una manera totalmente diferente de relacionarse con la muerte. El Nobel mexicano Octavio Paz lo explicó del siguiente modo: “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”.
Esta fiesta de origen prehispánico comienza el 1 de noviembre y se alarga hasta el 2. La primera jornada se rinde homenaje a los santos y a los niños fallecidos instalando altares en las iglesias y capillas, o en las casas de las familias que han perdido algún vástago, respectivamente. El segundo día llega el plato fuerte. Los mexicanos acuden en masa a los cementerios y colocan vistosos altares llenos de velas, flores, retratos y otros objetos en las tumbas de sus familiares. Los altares tienen siete alturas en alusión a la cantidad de niveles que tienen que recorrer las almas de los difuntos antes de alcanzar el descanso eterno.Aunque hay puntos en común, cada región de México tiene su manera propia de celebrar el Día de los Muertos. En la isla de Janítzio (estado de Michoacán), por ejemplo, los vecinos pasan la noche en el cementerio entonando cantos religiosos en honor a los muertos. La isla, un importante centro turístico de la zona, queda prácticamente iluminada en su totalidad por miles cirios. En Oaxaca, al sur del país, se celebran representaciones de cortejos fúnebres y pequeñas fiestas con comparsas en los propios cementerios.
Por su parte, Mérida, capital de Yucatán, también tiene su propia tradición. Allí se puede presenciar una celebración de origen maya que lleva por nombre Hanal Pixán (comida de ánimas, en español). La fiesta arranca el 31 de octubre y representa el momento en que las almas reciben autorización para visitar a sus familiares vivos. La riqueza y variedad gastronómica es otro de los atractivos fundamentales del Día de los Muertos, y el plato más característico de esta fecha es el pan de muerto.