- Como Lev Tolstoi, el ex oligarca Guerman Sterligov vive retirado en el campo, donde se ha dejado crecer la barba y el espíritu. Pero a diferencia del sumo novelista, que arreglaba el mundo desde el jardín de su dacha enviando cartas a los diarios y a los zares, Sterligov prefiere estrangular los problemas y las crisis mundiales con sus propias manos.
Primer capitalista millonario de la Unión Soviética y fundador con 23 años de la primera bolsa de Moscú, Sterligov perdió su fortuna en 2003 y se retiró a vivir al campo con su familia como un campesino prerrevolucionario, sin agua corriente, electricidad ni partidos de la Champions. Ahora ha regresado a la boca del lobo, al taquicárdico corazón financiero de Moscú para -asegura- ayudar a paliar la crisis financiera mundial por medio de una red global de mercancías orientada al trueque e intercambio entre empresas sin liquidez.
Negociante pionero de la 'perestroika', Sterligov fue uno de los primeros soviéticos que rechazó la hoz y el martillo, aunque luego volvió a coger ambas herramientos para segar el campo y herrar a sus caballos en un pequeño rancho en los bosques de Mozhaisk, a unos doscientos kilómetros de Moscú.
Cuando lo visité hace dos años, Sterligov me enseñó que el verdadero becerro de oro no lo enterraron los moros en Soria en el siglo XI, sino que palpita en el vientre de cada una de sus vacas. "Mis hijos viven en libertad, y no les torturan en jaulas, como yo llamo a los apartamentos, a las oficinas y a las escuelas", asegura Sterligov a elmundo.es. Desde hace cuatro meses ha cambiado su oasis rural por las cuatro paredes de su oficina en la planta 26 de la torre B del 'Moscow City', el nuevo centro financiero de Moscú. "Estoy obligado a viajar a estas oficinas donde me falta el aire para cumplir la tarea que me he planteado, para que de esta crisis salgamos hacia una nueva economía, y no hacia un invierno nuclear", comenta. "Esta crisis durará diez años como mínimo" añade con tono milenarista.
Sterligov viene de un mundo donde las verdaderas cajas de ahorro son de cristal y contienen pepinos en salmuera, donde no hay más bolsa de valores que la placenta que envuelve a sus borregos recien nacidos, y donde la única tarjeta de crédito es el filo del hacha que le extrae su zumo al tronco del abedul. Sterligov viene de un mundo donde la verdadera crisis tiene comillos, aúlla y acecha al otro lado de la valla de madera trabada que delimita su finca. En definitiva, en el universo de Sterligov la liquidez cae de las nubes.
Ahora la crisis financiera mundial lo ha sacado de su refugio y ha vuelto a Moscú montado en un caballo blanco (literal) con la idea de paliar la crisis del capitalismo con un método revolucionario. Es la propuesta del cambio. Del cambio masivo. Del trueque global. Sterligov llama a su invento 'trueque de nueva generación' o 'sistema global mercantil de comunicación' y consiste en una base de datos compartida donde las empresas con problemas de liquidez vuelcan e intercambian información sobre sus ofertas y demandas sin intermediarios, creando cadenas de no más de cinco empresas con el fin de hallar a otras compañías con las que poder compatibilizar sus reservas.
Debido a la ausencia de intermediarios, "el dinero sólo aparece en la última fase del intercambio", asegura Sterligov. "Esta idea libera en la práctica a las empresas del uso de medios financieros y de la participación de terceras personas que crean un montón de problemas y consumen tiempo, fuerzas e interés", explica. Su centro anticrisis recibe un 1% del valor total de cada venta o compra de mercancías concretada.
En sólo cuatro meses, Sterligov ha logrado crear 26 sucursales en Rusia y 4 en el extranjero (Londres, Hong Kong, Kiev y Dubai). "Necesitamos el apoyo del Estado. Estoy listo a entregar al gobierno todos mis proyectos. Estoy listo a encontrarme con Putin", proclama a los cuatro vientos.
co hijos (el menor nació en el campo y no ha visto jamás un coche ni una piruleta). Pese al cambio operado en la vida de Sterligov desde que puso en práctica su red de centros anticrisis, su barbas hirsutas y sus botas de cazador siguen intactas. "Mi hijo mayor de doce años se queda a cargo del cuidado de los animales y de su madre cuando yo no estoy", asegura.
A sus 42 años, poco queda de aquel joven desgarbado que amasó su primer millón de dólares con 24 años y que acudía a las reuniones de negocios con chaqueta, cobarta y una pistola Nagan. Tampoco queda mucho de aquel esmirriado 'Sancho Panza' que después de acumular cientos de millones de dólares, varias mansiones y hasta un castillo en Francia, soñó con dirigir la 'península Barataria' de su país (empeñándose en una campaña electoral que fue la causa de su ruina). Ahora es el espíritu de Don Quijote el que ceba su alma.
Sterligov rodeado de su familia. | Anatoli Morkovkin
Imbuido de mística ortodoxa, Sterligov mantiene abiertas otras dos cruzadas paralelas: la lucha contra el aborto y la destrucción de las megalópolis como única salida a la crisis. "Hay que cambiar el modo de vida de miles de millones de personas, y este proceso es muy complejo y doloroso, y no se puede hacer ni en un año ni en dos", asegura Sterligov, que sugiere que el Estado conceda tierras fuera de las ciudades a la gente que se queda sin trabajo para que las cultiven y puedan alimenar a sus familias. El éxodo rural vuelto del revés.
Sterligov no es sólo el único que mira al futuro del capitalismo con la vista puesta en el pasado. De hecho, desde que comenzó la crisis, el trueque empieza a coger fuerza en Rusia como alternaiva de pago entre empresas sin liquidez, una práctica que estuvo muy extendida en la primera mitad de los años 90. Es el caso de un fabricante de grúas de Yekaterimburgo que paga a sus deudores con excavadoras, o el de una constructora de San Petersburgo que se dice dispuesta a aceptar productos alimenticios como pago por sus trabajos de construcción.
Durante la era comunista, cuando la compraventa entre particulares estaba contemplada como delito por la constitución soviética, el trueque fue una válvula de escape para la población. De esta manera un dentista podía sacarle una muela a su vecino podólogo a cambio de que éste le revisara los callos (imaginamos que no al mismo tiempo).
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