martes, 9 de marzo de 2010

YO TAMBIEN SOY ADULTERO.

Durante la transición democrática se hizo célebre un slogan en las manifestaciones feministas: “Yo también soy adúltera”, una vía de autoinculpación para poner en evidencia el Código Penal heredado del franquismo, que consideraba delito las conductas definidas como “adulterio” y “amancebamiento”.

La legislación contradecía la realidad social. Aún en vida del dictador, dos prebostes del régimen franquista fueron conocidos públicamente como “Los Astados Unidos”, y era común la cita de Marx relativa al placer singular que hallan los burgueses en encornudarse mutuamente. Pero lo cierto es que el Código Penal seguía castigando a “la mujer casada que yace con varón que no sea su marido, y el que yace con ella, sabiendo que es casada”.

La ley era injusta, sobre todo porque la misma conducta era prácticamente impune cuando la cometía un varón casado. Sólo se perseguía al que mantenía manceba en la casa conyugal –se supone que con el consentimiento de la esposa- o cuando cometía el pecado “notoriamente”, con publicidad. La mujer casada, por el contrario, podía ser perseguida penalmente por una simple canita al aire.

como pasó con el adulterio, o con la insumisión al servicio militar obligatorio, Tal como establece el artículo 3.1 de nuestro Código Civil, las leyes han de interpretarse de conformidad con la realidad social del tiempo en el que han de ser aplicadas. Cuando una conducta deja de tener desvalor social,el legislador está obligado a escuchar la voz de la calle. En palabras históricas de Adolfo Suárez, “es necesario elevar políticamente a la altura de normal, lo que en la calle es normal”.

La iniciativa ciudadana articulada en torno a la página web “La lista de Sinde” pretende recuperar una de las mejores tradiciones históricas del activismo: la autoinculpación. Cuando por parte del Ejecutivo se pretende enmendar la plana no sólo a lo que dice la calle, sino a lo que dicen los jueces, se hace evidente que hay un divorcio entre poderes públicos y ciudadanía.

Enlazar y desenlazar es algo tan natural en la Red como enamorarse o desenamorarse en la vida real; perseguir el enlace en Internet es tan ridículo como lo fue en su día perseguir el adulterio. Y no menos hipócrita, cuando procede de cornudos convictos y confesos.


Como en todo el blog los títulos de las entradas, enlazan directamente con el original.

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