sábado, 4 de julio de 2009

La Mancha agoniza




Cuanto más conozco mi tierra, La Mancha, más pienso que debe contarse entre las regiones más corruptas de España. La podredumbre que afecta a esta tierra puede encontrarse en todos los campos de su sociedad: desde la degradación de su patrimonio histórico hasta la dependencia económica de la construcción, que ha dado como resultado un paro galopante en los últimos meses.

Pero sin duda la más grave corrupción manchega radica en la destrucción caníbal, bárbara e irreversible de su naturaleza. Y lo que es peor, descarada. Las Tablas de Daimiel ya no existen. Recuerdo que en una ocasión, cuando yo trabajaba en la metalurgia, mi jefe me mandó quemar unas treinta o cuarenta garrafas de plástico. Había un camión que venía a por ellas para reciclarlas, pero la empresa quería deshacerse de ellas a toda prisa. Yo me negué a hacer el trabajo, que tuvo que hacer mi jefe por sí mismo.

Durante toda la jornada, mientras la pila de plástico ardía enviando al cielo un humo negro y pestilente, una buena parte de los empleados estuvimos dando la brasa al empresario. Aquello violaba todas las leyes españolas, europeas y de medio mundo. Recuerdo que un transportista que en aquellos momentos estaba por allí se me acercó y me dijo: "¡no serás un medioambiente de esos, que a mí los medioambientes...!". Lo decía de broma, pero se me quedó grabado.

Han sido pocos los que durante los últimos treinta años han estado denunciando lo que iba a ocurrir en La Mancha. La explotación del acuífero tendrá consecuencias catastróficas. Todo el mundo estaba de acuerdo en que sí, que es una pena, por las Tablas de Daimiel, los Chorros del Río Mundo, que son tan bonitos, y es una lástima que se pierdan... Ignorantes, no saben lo que hay. Creen que el problema está en los patitos de Daimiel o los flamencos de Pedro Muñoz. ¡Si sólo fuera eso! Dentro de pocos años abrirán el grifo y no saldrá agua. Tendrán sed y no podrán beber. Tendrán que emigrar. Abandonar su tierra. A los que se queden les aguardará una muerte segura.

Hoy en día, los que advierten de esta realidad son considerados locos o directamente estúpidos. "Sí, Javi, sí", me dicen. Les pasa lo que a Don Quijote. La gente le callaba a pedradas cuando hablaba de justicia. El Acuífero 23 era - era, porque de él hoy queda sólo un culete - lo único que impedía que La Mancha fuera un desierto. Pero los agricultores querían regar sus viñas, ya ven. Gracias a eso, La Mancha puede considerarse una tierra extinta. Dentro de poco no crecerá nada aquí. Y mientras tanto, todo el mundo está contento.

Setenta mil pozos ilegales han desecado el Acuífero, provocando la destrucción de esta tierra. Las Tablas ya han desaparecido y pronto le tocará el turno a Doñana. Después, toda la zona centro de España será un secarral inmenso y estéril. Todos los dueños de esos pozos, que han sacado cuatro perras a costa de nuestra vida, deberían pasar en la cárcel el resto de sus días. Y con ellos los políticos que se han lucrado permitiéndolo. Sin embargo, esto no ocurrirá. Al contrario; los agricultores seguirán sacando su triste beneficio, y los políticos manchegos con la palabra "quijotesco" en la boca, palabra que utilizan constantemente para darse aires y compararse con el inmortal caballero.

¿Quijotesco? No me hagan reír. En La Mancha no hay nada de quijotesco. Cervantes, alcalaíno, escogió esta tierra porque la conocía bien: sabía que aquí se reirían de un tipo honesto, valiente y algo loco que se atreviese a hablar de injusticia. Que repudiarían y expulsarían al único tonto que intentaba salvarles.

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