Escrito muy temprano por Enrique Dans, como siempre la entrada enlaza directamente con el original en su blog.
Wikileaks ya está donde tiene que estar: en el centro de todas las miradas. Que la Interpol emita una absurda orden de busca y captura contra su cabeza visible, Julian Assange, no es más que una demostración de impotencia, de corrupción a todos los niveles, y de hasta qué punto puede llegar a ser eficiente la estrategia de atraer la atención hacia una persona y retirar dicha atención del complejo entramado de personas, mecanismos y páginas que realmente componen Wikileaks.
Wikileaks es, en realidad, una forma de dar importancia a los eslabones débiles. En toda cadena de mando hay quien, por variadas razones, se cuestiona el principio de autoridad. Esto ocurre más aún cuando ese principio de autoridad lleva a las personas a dilemas éticos y morales, a hacer cosas que resultan repugnantes a sus principios. Piénselo: cuántas personas presencian cosas con las que no están de acuerdo, y desearían en el fondo que no estuviesen ocurriendo, o siente que le repugna poderosamente ser parte activa o pasiva de ellas. En cuantos casos el sentido común y la decencia se indignan, se rebelan contra algo que no se puede denunciar. ¿Por qué no se puede denunciar? Simplemente, porque el sistema lo impide. Porque las consecuencias de las denuncias, de “romper la baraja”, recaen siempre sobre aquel que da el paso, sobre el eslabón débil.
Wikileaks no ha hecho más que construir un entramado de proxies y sistemas anónimos que permiten que el eslabón débil de la cadena, el que realmente desea denunciar algo, pueda hacerlo con garantías. En Wikileaks colaboran tecnólogos capaces de anonimizarlo todo o casi todo, abogados que entienden las consecuencias de hacerlo, y periodistas de raza que verifican informaciones y fuentes. Todo al servicio de quien quiere romper esas barajas que se han convertido tristemente en la forma de hacer las cosas en un mundo demasiado opaco, demasiado corrupto, demasiado perverso. Wikileaks es mucho, muchísimo más que Julian Assange.
Revelar las comunicaciones de los diplomáticos de los Estados unidos no es más que una manera de llamar la atención: las cosas ya no funcionan como antes, y muchos de los métodos que utilizabais son ahora inseguros, están llenos de agujeros. Si escondes algo, acabará saliendo a la luz, porque alguien lo acabará filtrando. Y eso va mucho más allá de las comunicaciones diplomáticas, que simplemente se usan aquí como una forma de provocar morbo a todos los niveles: acabará afectando a la corrupción a todos los niveles, hasta en el Ayuntamiento local. A Wikileaks no le faltan temas que publicar, más bien le sobran. Por cada filtración gigantesca y mediática, hay cientos de pequeñas filtraciones solo importantes a nivel regional o local, pero que una vez comprobadas, se acaban sacando a la luz. Denunciar los excesos de la monarquía tailandesa o la corrupción rusa no es tristemente “sorprendente”: hay que hacerlo, pero, en una sorprendente demostración de lo triste del actual sistema de valores, hacen falta “escándalos” como los calificativos casi folletinescos que los diplomáticos dedican a los líderes mundiales para llamar con ellos la atención de la población. Y en el medio, por supuesto, más, mucho más, como pronto veremos. Mucha información, y alguna muy relevante con respecto a temas de los que habitualmente se tratan en esta página que tienes ahora mismo delante de la nariz.
El mundo necesita a Wikileaks. Que Wikileaks reciba dinero que le permita continuar su misión, demostraciones de solidaridad a través de Facebook o votos para que Julian Assange se convierta en portada de la revista TIME es algo positivo, una garantía para un mundo que termine siendo algo mejor que el que ahora tenemos, un mundo sometido a la transparencia que proporciona el que todos estemos conectados a una red común. No te confundas: Wikileaks es de lo mejor que le puede pasar al mundo en que vivimos. Cuantos más Wikileaks, más relevantes y más visibles, mejor.