sábado, 27 de junio de 2009

NIÑOS EN LA CRISIS??? NO.


A pesar de anécdotas extravagantes, como la protagonizada por Brad Pitt, que regaló a su hija en su tercer cumpleaños un collar de diamantes de 1,5 quilates (valorado, dicen, en 10.000 euros) no parece que estemos sólo ante excesos cometidos por unas cuantas celebrities que no saben qué hacer con su dinero. Según un estudio, el gasto por cumpleaños en las familias británicas de clase media alta oscila entre 5.000 y 50.000 libras (aproximadamente entre 5.800 y 58.000 euros), producto de pagar excentricidades como alquilar un estudio de grabación o hacer fiestas de tanques, donde los chicos se lo pasan bien conduciendo una especie de carros blindados. Y tampoco el gasto porcentual desciende en demasía si bajamos en la escala o si cambiamos de país. Las familias de clase media y media baja europea tienen ya la “obligación” de regalar juguetes que sobrepasan los 300 euros, caso de las videoconsolas. Y nada de invitar a los amigos a casa y ponerles unos sándwiches y una tarta: hay que contratar locales específicos con animaciones incluidas.

Claro que podría pensarse que tales gastos pertenecían a otra época, la de antes de la crisis, cuando los dispendios suntuarios eran más frecuentes. Sin embargo, lo cierto es que muchas familias de clase alta no están restringiendo gastos, ni siquiera los innecesarios, y muchos menos los vinculados con las celebraciones y regalos infantiles. Habrá crisis, pero no para los niños. Según Roberto, responsable de Eventos Mágicos, una empresa especializada en la organización de fiestas infantiles, “la crisis ha afectado a las empresas y a los ayuntamientos. También nos llaman menos de colegios. Pero lo que no ha descendido en absoluto son los encargos de los particulares”. Hablamos de fiestas que se organizan para niños de hasta 10-12 años, cuyo gasto mínimo (la contratación de un animador) es de 120 euros y cuya franja superior oscila entre los 5.000 y los 6.000 euros, justo la que menos afectada se ha visto. Y es que, como dice Roberto, “en los que menos nos cortamos es a la hora de gastar en los niños. Con sus hijos, la gente no mira precios”. El mayor gasto se produce en las celebraciones de niños de 4-5 años y en las comuniones. Como curiosidad: “cuanto más dinero tienen los padres, más exigentes se vuelven los niños con los espectáculos”.

Para Enrique Martín, director del Instituto de la Familia del CEU, esta tendencia viene causada porque “los niños son un bien escaso, probablemente porque la sociedad ha decidido que lo sean”. Alejandro Navas, profesor de sociología de la Universidad de Navarra, entiende que la estructura demográfica actual tiene gran peso en esa especial atención respecto de los hijos, no sólo por una cuestión lógica (“menos niños por familia tocan a más”) sino porque los nuevos tiempos también han cambiado el papel de los hijos en el hogar. “Antes, los niños venían al mundo con escasa planificación, de una manera espontánea, mientras que ahora se prepara el momento y se diseña todo, quizá porque se les ha convertido en el elemento por excelencia del proyecto de vida en común”. Y eso incrementa el estrés de los padres, “que sienten que no pueden fallar: el niño debe cumplir con las expectativas para las que fue creado. Ya que ha sido pensado, deseado y querido, debe salir bien”. Eso explicaría que se le sitúe en el centro de la vida familiar y que por tanto, “se le avasalle con bienes materiales”. Una actitud en la que, no obstante, también influyen factores culturales y no sólo coyunturales: “así como en el mundo anglosajón es al contrario, en España y en Italia el niño es el rey de la casa”.

Pero, según Enrique Martín, tales celebraciones no son otra cosa que síntomas de un mal que está haciendo daño a la sociedad: “Estamos rodeando a los chicos de todo tipo de privilegios. Se les da todo, aunque no lo necesiten. Hay un enorme y lamentable despilfarro en juguetes, en regalos, en fiestas como los Reyes. Es escandaloso que haya millones de niños en el mundo que no tienen un solo juguete y que en algunos hogares españoles exista una habitación exclusivamente dedicada a guardar los juguetes del niño”. Y es que vivimos prisioneros de malas fórmulas educativas, que “dan todo sin pedir nada a cambio. Hay padres que consienten todo a los hijos que, les permiten transgredir todas las normas, que les permiten reírse de la justicia. Como son un bien escaso, pueden hacer cualquier cosa…”.

Una cultura hedonista

Martín culpa de la situación a la cultura hedonista y consumista en la que vivimos, que lleva, en su opinión, a una acuciante carencia del sentido del deber. “Lo de los regalos excesivos no es más que otra manifestación de un sistema de valores arbitrado en torno al niño, que está criando adolescentes prepotentes y déspotas, que faltan al respeto a cualquiera que tenga más edad que ellos”. Además, las instituciones sociales tampoco son lo suficientemente firmes como para contener esta tendencia negativa. Más al contrario, “si una madre comete el desvarío de darle una bofetada a su hijo para que se comporte adecuadamente, los jueces dictan una orden de alejamiento en su contra. Así acaban muchos niños, siendo delincuentes infantiles”.

Sin embargo, más allá de que exista o no una excesiva permisividad, hay otros elementos que tienen gran peso a la hora de explicar el gasto elevado en los niños. Porque no sólo les damos todos los caprichos y, como tenemos pocos hijos, tratamos de cuidarlos y protegerlos en demasía. El problema de fondo, señala Alejandro Navas, es hasta qué punto, como los padres se proyectan en los hijos, les exigen a éstos que destaquen en todo: “en indumentaria, juguetes, en actividades extraescoescolares. Y en las celebraciones”. En ese sentido, apunta Navas, estamos viendo cómo cada vez “hay menos bodas de blanco mientras que la comunión como gran evento social cobra gran auge. Ahora son grandes banquetes, cuando antes bastaba con tomar un chocolate. Incluso hay listas de regalos, como en las bodas”.

Y este tipo de énfasis en las celebraciones viene propiciado, asegura Navas, por una necesidad de demostrar estatus social que hoy está plenamente vigente. “El niño tiene que figurar tanto como el padre, no puede desmerecerle”. Dicho de otra manera, estos excesos en las fiestas de celebración no se realizarían tanto para agradar a los niños como para que los padres puedan demostrar a los demás que están por encima de ellos. O, al menos, a la par. Para Navas, “esa competición es un resumen de nuestra sociedad capitalista y de mercado: no hay que ser menos que los demás, hay que estar a la altura, importa sólo el parecer. Estamos en una especie de carrera en la que se están perdiendo valores esenciales”.

Para Enrique Martín, más que un asunto de competición, se trata de algo conocido, como es el consumo ostentoso, que regresa en nuevas formas. Algo propio “de los nuevos ricos, que ahora son muchos”. En su opinión, se trata de “parvenus que están buscando reconocimiento por la vía típica, la del gasto excesivo. Pero hablamos de gentes que una o dos generaciones atrás estaban en los niveles sociales más bajos. No son más que recién llegados”. Para Martín, lo verdaderamente grave no es esta clase de conductas aisladamente consideradas, sino el hecho de que vivimos “en una sociedad que se autodestruye. Juan Pablo II dijo que Europa se estaba suicidando y es verdad”.

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