domingo, 14 de junio de 2009

Orgía de prepotencia

En la crónica del viernes de Felip Vivanco se podía leer lo siguiente: "El precio pagado por el Real Madrid al Manchester United por el fichaje de Cristiano equivale al sueldo mínimo de 10.726 personas". Y a partir de aquí el trabajo comparativo de Felip seguía con matemática precisión: se podrían construir 900 viviendas de protección oficial de 80m2, con acabados de calidad; se pagaría una temporada entera del Liceo, y sobraría para propina; se culminarían los sueños de Intermón, que no llega a ese presupuesto en todo un año de actuación internacional; el Ayuntamiento podría unir dos líneas de tranvía, y el Govern podría comprar cuatro tuneladoras como las que construyen la línea 9 del metro; y, por comparar, ese precio equivale al valor bursátil de una compañía aérea como Vueling. Si sumamos el fichaje de Ronaldo al de Kaká, las comparativas llegan al delirio. Para rematar el dato, Felip Vivanco daba la puntilla: "El Madrid alcanza una cifra que supera el presupuesto anual de 15 de los 20 equipos de Primera o que iguala el salario anual de la plantilla de los Sacramento Kings de la NBA. Es una demostración de poderío crediticio... en un club que debe 500 millones de euros". Es decir, en época de crisis económica, con la mayoría de los grifos bancarios cerrados a autónomos, pymes, jóvenes en busca de piso y etcétera, el muy Real no tiene problemas, a pesar de sus millonarias deudas, de que le avalen fichajes estratosféricos. Por supuesto, el hecho de que los clubs de fútbol deban 627.266.721,38 millones de euros a la Seguridad Social tampoco parece un impedimento para que derrochen cuanto les venga en gana. Es decir, es igual lo que ocurra en el país, cuán agujereada esté la bolsa pública, cuánto sufrimiento pase la gente, cuánta negritud presente la prospectiva, es igual porque el fútbol está por encima del bien y el mal.



No haré un ejercicio de hipocresía culé. El Barça ha tenido sus épocas de sonoras locuras, y sólo el buen sentido de la actual dirección, con Laporta y Guardiola a la cabeza, ha derivado hacia un equipo de juego compacto, cuya virtud es el conjunto, y no el estrellato individual. Es evidente que Florentino necesita marcar paquete y, falto de otras ideas más creativas, retorna a su viejo sistema de abrir la caja y derrochar millones, haciendo buena la convicción popular de que, donde no hay cerebro, hay testículos. Desde luego, tiene que estar muy desesperado el Madrid para tirarse a la piscina de la prepotencia de esta manera tan estridente, tan falta de escrúpulos y, sin duda, tan inmoral. Una prepotencia que no sólo inflaciona el mercado del fútbol, sino que además sitúa este deporte fuera de los límites de la decencia. Y esa es la cuestión, ¿es lícito? Una sociedad madura ¿puede permitir que se llegue a este punto de locura con el fútbol? ¿No debe haber límites? Algunos hablan del libre mercado y bla, bla, pero países tan entusiastas con el capitalismo como Estados Unidos no permiten que la NBA pase de un tope en los fichajes. Primero, para no inflacionar el mercado; segundo, porque un deporte de masas debe tener un control. Aquí, no. Aquí un club puede deber millones de euros, el país puede estar en la bancarrota, la gente puede pasarlo fatal, con miles sin subsidio de paro, con miles sin créditos para comprar una casa, con miles que no pueden comprarla, con empresas cerrando, y el club de marras puede convertirse en el Millonetis mundial. Perdonen, pero da asco. Esto de Ronaldo y Kaká es una retorcida, consistente y enorme caca. Y pido disculpas por el chiste malo.

¿No deberían tomar medidas los partidos políticos? ¿Es de recibo la deuda que tienen con la Seguridad Social? ¿Por qué se permite? Lo digo porque si usted es una pobre pyme y tiene una deudita con la susodicha, lo empapelan hasta el cogote, pero el fútbol es de otro mundo. Y es que nadie se atreve a poner el cascabel del sentido común al gato enloquecido del fútbol. ¿Por qué? Porque, lejos de plantarnos ante estas locuras, iremos como locos a ver al Cristiano de marras, nos gastaremos lo que no tenemos en comprar su camiseta y, aunque seamos mileuristas, nos dejaremos una pasta. Y es que el fútbol no es un deporte. Es una anestesia.

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