domingo, 23 de mayo de 2010

NIÑOS FERALES, BRUTALIDAD DE ADULTOS.




La vida no podía haber comenzado peor para John Ssebunya. Nació en Kabonge, un pueblo cerca de Bombo, en Uganda, y con tan sólo dos años presenció cómo su padre asesinaba a su madre y, temiendo por su propia vida, huyó a la jungla, donde perdería todo contacto con la sociedad. El hecho de su desaparición, a falta de una familia que la denunciase, cayó en el olvido durante años.
Tres años más tarde, en 1991, una mujer de una tribu cercana, mientras buscaba algo de comida en la jungla, se encontró con un joven niño de 5 años. Inmediatamente volvió al poblado para informar al resto de la tribu de hallazgo, y fueron varios los que volvieron al lugar, donde se encontraron no sólo a un niño reticente de ir con ellos, sino a toda una familia de monos que luchaban lanzando ramas y piedras para impedir que se llevaran al niño.
Durante tres años, John Ssebunya había sido criado y adoptado por una familia de monos, que más tarde fueron identificados como cercopitecos verdes, los cuales no sólo le permitieron formar parte de su grupo, sino que además le enseñaron todas sus costumbres, así como los métodos de supervivencia necesarios para la selva.

I: John Ssebunya con unos cercopitecos verdes
Finalmente, consiguieron llevar a John a un cercano orfanato cristiano. En aquel momento, John padecía hipertricosis, un hecho bastante común en los niños salvajes, tenía el cuerpo repleto de cicatrices y heridas, no toleraba la comida cocinada y sus marcas en las rodillas mostraban que aún no había aprendido a andar.
A lo largo de ocho años, John se adaptó a las costumbres humanas, aprendiendo a andar y desapareciendo además su hipertricosis. En el orfanato, además de aprender a andar, aprendió a tocar algún instrumento y entró a formar parte del coro con el cual viajó a Inglaterra para una gira de tres semanas en 1999.