Después de dos días desaparecidos, Dawa y Sonam, los dos sherpas de la expedición de Carlos Pauner, Juanito Oiarzabal y Tolo Calafat, han regresado exhaustos, pero a salvo, a última hora de este viernes 30 de abril al campamento base. No se sabía nada de ellos desde la mañana del 27 de abril, cuando se negaron a bajar colgados de un cable del helicóptero que rescató a Oiarzabal, Pauner y al rumano Colibasanu del campamento 4, a 7.100 metros en el Annapurna.
Los dos bravos sherpas tuvieron un papel protagonista durante los dos días de agonía de Calafat, agotado e incapaz de bajar desde 7.600 metros. El joven Sonam es la última persona que estuvo con el mallorquín. Según señala Oiarzabal, "bajó con Tolo de la cumbre en todo momento". Cuando ya de noche Calafat se extravió de la ruta de descenso, Sonam estaba con él. Y a su lado permaneció durante toda aquella noche, sin equipo de vivac, con una temperatura por debajo de los –30º y con viento y ventisca.
Sólo cuando llegó el alba, dejó al español y pudo alcanzar el campamento 4, donde aguardaban inquietos Oiarzabal, Pauner y Dawa. De inmediato, éste preparó una mochila con las pocas cosas que encontró: media botella de oxígeno, un saco, medicinas, un infiernillo para hacer agua y una pequeña tienda de campaña. Con ella partió sin dudarlo a socorrer a Calafat. Durante siete horas y media, Dawa, que tiene 50 años, con un viento infernal y nieve por encima de la rodilla, anduvo por los glaciares superiores del Annapurna buscando a Tolo.
No hay que olvidar que había pasado la noche sin pegar ojo, preocupado por la suerte de su compañero sherpa y de Calafat. Y que la jornada anterior, tras salir a las 2.00 horas de la madrugada no dejó de caminar sobre nieve fresca hasta la medianoche; 18 horas ininterrumpidas de esfuerzo por encima de 7.100 metros. A pesar de eso no desistió de la búsqueda hasta que cayó la noche. Otras cuatro horas empleo en regresar al campo 4.
Al día siguiente, 28 de abril, fue cuando el helicóptero de Fishtail/Air Zermatt apareció para el rescate. Se llevó a los españoles y al rumano, pero los dos sherpas, aterrados, se negaron a colgarse del arnés y un cable de 25 metros en un vuelo hacia el vacío.
"No hubo manera de convencerles. Ni asegurándoles que pagaríamos todos los gastos quisieron", recuerda Oiarzabal. Escogieron descender por la peligrosa pared, en un recorrido que la tempestad ha convertido en una trampa mortal que barren continuamente las avalanchas.
Los dos bravos sherpas tuvieron un papel protagonista durante los dos días de agonía de Calafat, agotado e incapaz de bajar desde 7.600 metros. El joven Sonam es la última persona que estuvo con el mallorquín. Según señala Oiarzabal, "bajó con Tolo de la cumbre en todo momento". Cuando ya de noche Calafat se extravió de la ruta de descenso, Sonam estaba con él. Y a su lado permaneció durante toda aquella noche, sin equipo de vivac, con una temperatura por debajo de los –30º y con viento y ventisca.
Sólo cuando llegó el alba, dejó al español y pudo alcanzar el campamento 4, donde aguardaban inquietos Oiarzabal, Pauner y Dawa. De inmediato, éste preparó una mochila con las pocas cosas que encontró: media botella de oxígeno, un saco, medicinas, un infiernillo para hacer agua y una pequeña tienda de campaña. Con ella partió sin dudarlo a socorrer a Calafat. Durante siete horas y media, Dawa, que tiene 50 años, con un viento infernal y nieve por encima de la rodilla, anduvo por los glaciares superiores del Annapurna buscando a Tolo.
No hay que olvidar que había pasado la noche sin pegar ojo, preocupado por la suerte de su compañero sherpa y de Calafat. Y que la jornada anterior, tras salir a las 2.00 horas de la madrugada no dejó de caminar sobre nieve fresca hasta la medianoche; 18 horas ininterrumpidas de esfuerzo por encima de 7.100 metros. A pesar de eso no desistió de la búsqueda hasta que cayó la noche. Otras cuatro horas empleo en regresar al campo 4.
Al día siguiente, 28 de abril, fue cuando el helicóptero de Fishtail/Air Zermatt apareció para el rescate. Se llevó a los españoles y al rumano, pero los dos sherpas, aterrados, se negaron a colgarse del arnés y un cable de 25 metros en un vuelo hacia el vacío.
"No hubo manera de convencerles. Ni asegurándoles que pagaríamos todos los gastos quisieron", recuerda Oiarzabal. Escogieron descender por la peligrosa pared, en un recorrido que la tempestad ha convertido en una trampa mortal que barren continuamente las avalanchas.