El cerco israelí pasó de ser una moderada forma de presión a través de la escusas y dilaciones de los soldados del Tsahal en el paso fronterizo de Qarni, a convertirse en una brutal herramienta de castigo colectivo, indiscriminado, que viola los preceptos fundamentales de la Cuarta Convención de Ginebra y el derecho humanitario.
En estos días la prensa señala que el bloqueo comenzó hace tres años, con la violenta expulsión de Fatah del gobierno de la franja. Las cifras y testimonios que en aquel momento recogimos de los empleados de la UNRWA encargados de gestionar el ingreso de mercancías y de los registros oficiales le da más tiempo aún de vida: sitúa los albores de esta estrategia en febrero de 2006, al poco tiempo de ganar las elecciones Hamás.
Fue entonces cuando el gobierno de Ehud Olmert empezó a prohibir las importaciones de insumos básicos a la franja así como las exportaciones de los empresarios palestinos y la salida de personas argumentando que la organización integrista no reconocía a israel (si bien Haled Meshal ha declarado en numerosas ocasiones que están dispuestos a aceptar las fronteras de 1967 y partidos como el Likud de Netanyahu tampoco hacen lo mismo en sus estatutos con respecto a los palestinos).
El puño del embargo israelí se cerró con fuerza sobre Gaza en junio de 2006, tras la captura del soldado Gilad Shalit por parte de los Comandos Populares de la Resistencia, que cavaron un túnel hasta el puesto de Kerem Shalom. Empezó la Operación Lluvia de Verano, que dejó más de 300 muertos palestinos, la mitad de los cuales fueron mujeres y niños, por más que en septiembre de 2006 Olmert declarara ante el Kessenet que habían matado a “300 terroristas”. El primer ataque sobre la franja sucedió en septiembre de 2005, apenas habían salido los 8.000 colonos que ocupaban el 45% del territorio, por orden de Ariel Sharon.
Los años noventa
Pero no siempre Gaza estuvo aislada del mundo y de israel. Hubo momentos en que entre el 35 y el 40% de su población activa estaba contratada en el Estado hebreo. Los sueldos eran mínimos, pero no había otra salida laboral. Los empresarios israelíes apreciaban esta relación: era mano de obra barata, poco cualificada, esencial para el desarrollo del país.
La primera guerra del Golfo, en 1991, llevó a israel a implantar un estricto sistema de permisos que debía ser renovado cada dos meses. Sólo podían salir hombres casados, mayores de 28 años, con previa autorización de los servicios de seguridad. Para abandonar Gaza debían levantarse al alba y hacer colas durante horas en Eretz, pero hacían lo que fuera con tal de contar con uno de estos empleos. Un miembro de la familia que tuviera la suerte de trabajar en israel significaba un sustento razonable para el resto de sus parientes, lo mismo que sucede con el inmigrante latinoamericano, asiático o africano que llega a trabajar a Europa.
En 1993, en respuesta a las acciones violentas de grupos armados palestinos, el Gobierno laborista redujo aún más el número de palestinos que podían salir de los territorios ocupados. Al mismo tiempo, para compensar así a los empresarios israelíes, comenzó a importar mano de obra de Rumania y del sureste asiático. En 1996 eran 30.000 los palestinos empleados, y más de 100.000 los extranjeros que los reemplazaron. A estoy hay que sumar la llegada de decenas de miles de judíos de la ex Unión Soviética tras la caída del Muro de Berlín.
La estrategia de aislar a los palestinos fue criticada por analistas que sostenían que fomentaba el incremento de la pobreza y, como consecuencia, el extremismo y la violencia política. Además, tuvo un efecto no deseado: la llegada masiva de inmigrantes ilegales. Entre 200.000 y 300.000 extranjeros viven ahora en israel sin permiso de residencia.
La Segunda Intifada, que desencadenó la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas en el año 2000, fue un reflejo en parte de la frustración por el aislamiento y de la miseria impuestas, igual que el ascenso de una organización integrista como Hamás.
Avance y paradoja
El resto de esta historia la hemos seguido de cerca: el muro erigido por Ariel Sharon para afianzar las colonias judías en Cisjordania (de haber sido levantado por razones de seguridad debería haber seguido el trazado de las fronteras del 67, pues la mayor amenaza para israel son justamente esos asentamientos que hacen imposible crear un Estado palestino viable).
Y el cerco de Gaza: los niños que debían operarse en hospitales israelíes y que los soldados no dejaban cruzar Erez aunque contaban con las autorizaciones necesarias; los mercados carentes de alimentos; las montañas de basura debido a la falta de gasolina para los camiones de recolección; los médicos que ven morir a los pacientes de cáncer al no tener la medicación; las flores producidas en Beit Hanun para exportar a Europa que se pudren en la frontera. Estas realidades, casi siempre desde un punto de vista meramente humanitario (con la Convención de Ginebra en la mano), nos encontramos no sólo con las habituales acusaciones de “terrorismo” y “antisemitismo”, sino con cierta incredulidad e indiferencia . Tanto la brutal operación Plomo Fundido en 2009 como el ataque a la Flotilla de la Libertad la semana pasada, han hecho que el mundo empiece a mirar a Gaza y a comprender la terrible dimensión de su sufrimiento.
Pero además está provocando una paradoja que con acierto señala The Economist y refuerza el New York Times: israel está más aislada que nunca. El cerco que articula sobre Gaza es un cerco sobre sí misma. Y esto es algo que debemos aplaudir, ya que, como sucedió con el régimen del Apartheid, sólo la presión internacional – en esta ocasión promovida por la sociedad civil – conseguirá que el gobierno de Tel Aviv tome la decisión que lleva 43 años postergando: retirar a los colonos, primero que nada de Hebrón, y terminar de una vez por todas con la ocupación de ese magro 22% que les quedó a los palestinos del antiguo protectorado británico.
Hernán Zin
"Llueve sobre Gaza" (Ediciones B). Las fotos tambien son suyas.
Como siempre el titulo de la entrada enlaza directamente con el original.