Una masa muy grande lanzada a alta velocidad por un par de rieles metálicos te puede hacer pupita si te interpones en su camino
Si hay algo que me toca especialmente los cojones, es la absoluta incapacidad de la mayoría de la gente hoy en día de asumir la responsabilidad de sus propios actos. Lo veo continuamente a mi alrededor y me saca de quicio. En el trabajo tengo que aguantar gente descuidada que le echa la culpa de sus errores a que “el ordenador habrá hecho algo raro”. Claro, porque tú se lo mandaste, mandril. Estoy aburrido de conductores que tras sufrir una salida de la vía lo achacan a que “el coche se fue”. El coche no se va, el coche va a donde tú le dices. Otra cosa es que no tengas ni puta idea de conducir o que te hayas dejado el cerebro en casa. Me cansan las víctimas de timos, estafas y ventas piramidales lloriqueando y pidiendo nuestra solidaridad. Detrás de todo corderito timado hay un lobo dispuesto a sacar tajada de las circunstancias y que, de haberle ido bien, nunca compartiría sus ganancias contigo. Y estoy hasta la mismísima polla de oír la cantinela de algún mongol cipotecario diciendo que “el banco me ha arruinado la vida”. No, querido, el pacto con el diablo lo firmaste tú. Y si no te preocupaste de entender lo que firmabas —para comprar cosas miles de veces más baratas bien que mareas al amigo informático, por ejemplo—, ahora mereces arder en el infierno.
Lo mismo se aplica —como ya habrán adivinado por el título, menudo soy yo dando pistas— a la manada de descerebrados atropellada por el tren. Me descojono con los que se indignan porque se llame imprudentes a las víctimas —y esto me recuerda otro motivo de cabreo habitual: la gente es más buena y tiene más razón cuando está muerta, qué cosas—. O de los que se quejan de que no había ningún guardia. En efecto, tenía que haber habido guardias crujiéndolos a multas… Entonces se habrían quejado, con dos huevazos, de que coartaban su libertad. Queremos que la Autoridad esté presente para limpiarnos el culito. Pero sin molestar, oiga.
Estas criaturitas, para no tener que sentirse responsables nos cuentan que “es que el tren iba sin luces” —apuesto a que llevaba más que tú— o que “iba a tal velocidad que ha tardado un kilómetro en frenar”. Y se quedan tan anchos. Veréis, queridos niños, resulta que en el mundo en que vivís existe una cosita llamada energía cinética. Y para frenar un bicho de 160 toneladas que circula a 150 km/h hace falta mucha, pero que mucha, vía.
Luego que si nos descojonamos con los Premios Darwin…
Actualización a las 18.55 del 26-06-2010: En vista de la escasa comprensión lectora de algunos comentaristas me veo obligado a añadir algo. No estoy diciendo que las víctimas se lo merezcan, ni que se jodan, ni nada por el estilo. Lo que digo es que cada uno debe ser capaz de asumir las consecuencias de sus actos y no buscar escusas patéticas. A los listos que preguntan si los demás no nos equivocamos nunca, no cometemos imprudencias o no hemos tenido un percance de ningún tipo, les respondo que por supuesto, que todos nos equivocamos y hacemos tonterías. Pero si me pasa algo por mi culpa no iré a pedirle cuentas al rey.
Ya veréis como ni dicho así lo entiende todo el mundo…