Para los responsables policiales, el envejecimiento de la población del país no lo explica todo. Atribuyen este fenómeno a los cambios registrados en la sociedad nipona, mucho más individualista y dura que antes. Se ha roto la tradición ancestral nipona de reunir bajo un mismo techo a tres generaciones de una misma familia. Una situación que garantizaba a los abuelos que en la etapa final de su vida estarían bajo el cuidado de sus familiares más próximos. Este panorama ha dejado prácticamente de existir.
En los tiempos actuales, los más jóvenes abandonan el hogar familiar antes y a menudo se trasladan a otra ciudad en busca de un trabajo. Una coyuntura que provoca que las personas de la tercera edad se encuentren solas, desorientadas, aisladas de la sociedad que las rodea.
La soledad y la falta de recursos económicos son las principales razones que empujan a delinquir a este colectivo, cada vez mayor en la sociedad japonesa. Así parece demostrarlo una encuesta realizada el pasado año por la policía de Tokio entre un colectivo de mil personas sospechosas de dejarse atrapar con las manos en la masa. La mayoría de ellos habían robado alimentos o cosméticos por un valor inferior a los cuarenta y cinco euros.
Más de la mitad dijeron que no tenían “nada para vivir” y otro 40 ciento aseguró no tener amigos ni familiares. “Las personas mayores posiblemente roban no sólo por razones económicas, sino también por un sentido de aislamiento”, dijo un policía al diario Mainichi.
Y para huir de su soledad y del abandono de sus familiares, muchos de ellos han llegado a la conclusión de que el mejor sitio donde pueden estar es en la cárcel. Allí tienen un techo, comida caliente y compañía. “En el plan afectivo, en la prisión los ancianos son prisioneros mimados, mientras que la sociedad exterior es muy dura con ellos”, ha declarado recientemente Saito, que ha salido hace poco de la cárcel, a la emisora France Inter.
Ante el aumento de la población carcelaria de la tercera edad, las autoridades japonesas han decidido adecuar las instalaciones. Así, por ejemplo, una planta entera de la prisión de Onomichi, cerca de Hiroshima, ha sido adaptada a las necesidades de estos reclusos. El gobierno ha decidido, asimismo, dedicar cien millones de dólares a la construcción de espacios similares en otros tres establecimientos penitenciarios. “Debemos facilitarles el mismo tipo de atenciones que en una residencia ordinaria”, declaró un funcionario de prisiones a Associated Press.
En la cárcel, no sólo encuentran cuidados y nuevas amistades, también tienen que cumplir obligaciones. En la prisión de Onomichi, por ejemplo, tienen que trabajar seis horas diarias, dos menos que los reclusos ordinarios. Un ambiente que prefieren a la indiferencia con que les trata la sociedad exterior.
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