jueves, 18 de febrero de 2010

GENERACION SI-NO

Últimamente no dejo de ver o escuchar en los medios un gran número de etiquetas para diseccionar a los jóvenes, etiquetas muchas veces lanzadas por sociólogos que buscan más un reconocimiento mediático que una verdadera explicación a cualquier fenómeno generacional.

Así, hemos concimos la "generación y", que dio paso a la "generación X", y como parece que el alfabeto se nos acababa empezaron los malabarismos dialécticos: generación ni-ni, generación sí-sí, y demás denominaciones que trataban de retratar a los jóvenes que nacimos justamente con la democracia, una generación que no conoció el franquismo, seguida de otra que se benefició de las ventajas que supuso que España saliera del aislacionismo internacional.

Pero lo siento, no me veo reflejado en ninguna de ellas.

Fuimos los primeros en nacer con partidos políticos. Crecimos ya en la Unión Europea -cuando España entró oficialmente nosotros estábamos en el colegio, donde también nos explicaron que éramos miembros de la OTAN-. Nos anunciaron que compartiríamos una moneda junto al resto de los europeos. Éramos demasiado jóvenes para prestar atención a todos esos cambios pero después nos beneficiamos de ellos.

Somos los hijos de los gobiernos socialistas de los años 80. Dejamos atrás, sin saberlo, las correas de la dictadura para encarnar el futuro. Estábamos destinados a ser una generación brillante, con una buena educación, idiomas aprendidos en el colegio. Nadie lo dudaba: hasta los profesores, que sí habían sufrido el franquismo, nos arengaban no con cierta envidia: el futuro sois vosotros.

No sabíamos lo que significaba pero nos lo creímos. Era ley natural que los hijos vivieran mejor que los padres, que los descendientes consiguieran un mayor bienestar que sus progenitores. Mi madre acostumbraba a decir que "uno se acostumbra muy rápido a lo bueno; verás como vengan otra vez malos tiempos", pero yo la escuchaba con la condescendencia del que se sabía en posesión de la certeza, pues ella no podía imaginar los cambios tan inmensos que el país estaba obligado, por inercia, a experimentar. Y nosotros estaríamos ahí arriba.

Y así crecimos, muchos muy alejados de los valores de nuestros padres. Seguro que más preocupados por el medio ambiente, con valores más laicos, ansiosos por conocer Europa y el resto del mundo,rompiendo viejos temores, demostrando que no teníamos por qué sentirnos inferiores, que franceses o ingleses no eran ni más ni menos que nosotros mismos. Queríamos demostrar a aquéllos que se empeñaban en decir que África empieza en los Pirineos que estaban equivocados.

Por eso viajamos y cuando tuvimos la posibilidad decidimos estudiar en el extranjero. Muchos jóvenes de mi generación lo hicimos gracias a las ayudas -muchas veces insuficientes e irrisorias- que nos concedían. Pero lo hicimos. Por desgracia, muchos no volvieron.

Tal vez mi caso no sea paradigmático, pero sí ilustrativo. España invirtió muchos recursos en mi educación: pude hacer todos mis estudios gracias a las becas concedidas por el Estado; terminé mi carrera en Francia, gracias a ayudas de la UE y de mi comunidad; pude trabajar en empresas internacionales y de gran prestigio gracias a convenios impulsados por el Gobierno; culminé mi educación con un máster en una universidad europea gracias a una beca otorgada por una institución española. ¿Y ahora?

Como muchos otros que tuvieron la misma suerte que yo, me quedé en el extranjero. Pese a que nos ayudaron a formarnos para ocupar ese futuro que nos habían prometido machaconamente, ahora no podemos volver.

Hace pocos días recibía un mensaje de una amiga por Facebook. Era tan corto como lapidario: "Si te refieres a volver a España... no vuelvas en estos momentos. Ya te lo digo yo". Lo que me ofrece mi país, después de habernos prometido el oro y el moro, son sueldos mínimos, con unas condiciones atroces. Sus palabras condensaban toda la realidad con la que mi generación se ha dado de bruces: "Hay ingenieros con tres idiomas trabajando de administrativos por 800 euros". Y es que nos engañaron. Nada de futuro. Vimos que la realidad no era la que nos habían dicho. Y como vaticinaba mi madre, los tiempos malos volvieron.

Por eso, yo pertenezco a esa generación de "exiliados" españoles, que abandonó el país no por razones políticas o en busca de un trabajo mejor huyendo de la pobreza. Nosotros salimos para formanos, para estar preparados. Jóvenes que sí queremos volver, pero que no podemos.

Y no podemos porque las condiciones que nos ofrecen son descaradamente inasumibles. Por desgracia, vemos cómo nuestros amigos que sí se quedaron lo padecen cada día: trabajos mal pagados, horarios abusivos, imposibilidad de acceder a una vivienda y de poder comenzar una vida en pareja, independencia atrasada hasta más allá de los 30... y todas las penalidades que día a día sufren los jóvenes españoles.

Cierto, elegimos quedarnos en el extranjero: nuestra formación muchas veces fue la inversión que España hizo en nosotros, pero de ella se benefician otros países.

Sí, nos gustaría volver. Cada vez que encuentro gente en mi misma situación acabamos irremediablemente hablando de lo mismo. No hay que olvidar que también somos la generación más informada, la que puede seguir la actualidad al minuto gracias a los avances informáticos. Queremos volver a estar junto a nuestras amistades, nuestras familias, poder incluso disfrutar de nuestra cultura,y contribuir a contruir nuestro país, pero por desgracia no estamos dispuestos a hacerlo a cualquier precio. Seguramente haya gente que piense que somos unos cobardes, pero también habrá muchos que nos comprendan, incluso que nos envidien -y con razón-.

No, no volvemos porque no estamos dispuestos a renunciar a una serie de derechos que consideramos justos y de los que nos gustaría que nuestros compatriotas se beneficiaran. No volvemos porque supondría un paso atrás, al sometimiento a unas condiciones que no ofrecen ninguna garantía para poder realizar una vida digna. Desde el extranjero nos solidarizamos con aquéllos que la padecen.

Como yo, hay miles de jóvenes. Somos una generación de la que se olvidan muchos sociólogos,una generación Sí-No: sí, desemos poder volver; no, no lo haremos a menos que cambien las condiciones. Mientras tanto, seguiré en comunicación con mi amiga por Facebook.


Con permiso y directamente desde "La lluvia amarilla".


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