El milagro holandés sugiere las claves para la reforma laboral
La promesa de que los trabajadores no pagarán los platos rotos de una crisis de la que no son responsables puede parecer un brindis al sol. Pero algunos países europeos la han hecho realidad. En Dinamarca y, sobre todo, en los Países Bajos, en cuyas políticas se ha fijado la Comisión Europea para elaborar sus recomendaciones sobre la reformas del mercado laboral en la UE, la recesión ha paralizado la economía real y ha llevado a la quiebra a gigantes de la banca, las finanzas y los seguros. Pero las tasas de paro se mantienen allí en niveles envidiables que cualquier líder político, sindical o empresarial de España firmaría sin pensárselo.
El caso holandés es el más llamativo: el PIB se contrajo en el 2009 un 4,5%, frente al 3,7% de España. Pero mientras el paro español se disparaba al 20% en pocos meses, en los Países Bajos se mantenía en el 4%. «Al principio de la crisis, Holanda tenía un nivel de desempleo muy bajo, tanto que un 2% de las ofertas de trabajo de las empresas se quedaban sin cubrir», explica Joop Schippers, profesor de Economía del Trabajo y de la Igualdad de Oportunidades en la Universidad de Utrecht, la capital de la provincia holandesa con menos paro.
A mediados de los noventa esa tasa rondaba el 9%, y aunque Schippers atribuye su descenso al rápido crecimiento de la economía, añade otras razones: «Desde mediados de los noventa se aplicaron medidas para flexibilizar el mercado laboral, como una legislación menos restrictiva en materia de despidos y de contratación temporal, y una Seguridad Social menos generosa. Pero además, el Gobierno invirtió en medidas para reincorporar a los parados con más dificultades para encontrar trabajo, y para extender la financiación pública de las guarderías, lo que ha apoyado la inserción laboral de la mujer», añade.
«Flexiseguridad»
Esas actuaciones son parte de la estrategia de «flexiseguridad» en la que Bruselas recomienda basar cualquier reforma laboral: «Debemos adoptar un enfoque equilibrado que ponga en práctica nuevas formas de seguridad para los trabajadores y los ayude a adaptarse al cambio, al tiempo que respondemos a las necesidades de las empresas de contar con mano de obra cualificada y adaptable», explica el socialdemócrata checo Vladimir Spidla, comisario en funciones de Empleo y Asuntos Sociales. Fue primer ministro y ministro de Trabajo en su país, y es originario de Praga, la región con menos paro de la UE (un 1,8%, según los últimos datos de Eurostat).
La flexiseguridad compromete a los Estados a proteger a los trabajadores y a garantizar su reinserción. Y ahí es donde algunas cifras sonrojan: en España están el 20% de los parados de Europa, pero el gasto en políticas activas de empleo apenas supone el 0,7% del PIB, a cuatro décimas de los Países Bajos. Quizá las diferencias se expliquen también por la forma en que se usa ese dinero: los holandeses invierten el 56% en la reintegración laboral de parados, una partida que absorbe menos del 4% del presupuesto total en España, donde la mitad del gasto se consume en incentivos directos a la contratación.
Pacto
Los especialistas también destacan que el éxito holandés se basa en haber convertido en cuestión de Estado el pacto social sobre el trabajo. Desde hace decenios, los sindicatos aceptan la moderación salarial, la flexibilidad en la contratación y el auge del trabajo a tiempo parcial, porque Gobierno y empresarios financian un poderoso sistema de protección social que garantiza la reinserción de cualquier persona que se quede sin trabajo, siempre en condiciones y con salarios dignos (el mínimo legal roza los 1.400 euros al mes, casi el doble que en España).
«Hay una forma correcta, una forma equivocada y una forma holandesa de hacer las cosas», resume Melvin Krauss, de la Universidad de Stanford, que explica así esa máxima: «Estados Unidos hace su política laboral de forma correcta, y la mayoría de Europa lo hace de forma equivocada. Mientras, los holandeses, ni acertados ni equivocados, combinan ideología y pragmatismo para forjar acuerdos».
Claro que para eso no basta solo con promesas, ni con talante conciliador. Según el profesor Schippers, se trata también de una cuestión cultural a años luz de la situación sociopolítica española: «Desde los principios de su historia, los Países Bajos ha tenido una tradición de cooperación. Todos los habitantes, ricos o pobres, empleados o patronos, sabían que si no colaboraban para mantener en pie los diques, al país se lo tragaría el mar».
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