jueves, 8 de enero de 2009

Fares Akram


“La muerte y la vida de mi padre”

04 de Enero de 2009

El juez palestino Akrem al-Ghoul (en la foto con una de sus nietas) fue una de las primeras víctimas de la invasión israelí a Gaza.

“¿Cuál es la diferencia entre el piloto que voló en pedazos a mi padre y el militante que dispara un pequeño cohete?”, se pregunta el periodista Fares Akram, corresponsal en Gaza del diario británico The Independent. Traducción de Heavy Metal Colombia en solidaridad con Palestina.

Por Fares Akram, desde Gaza
Lunes, 5 de enero de 2009

La llamada telefónica entró como a las 4.20 pm del sábado. Una bomba había caído sobre la casa en nuestra pequeña granja en el norte de Gaza. En ese momento, mi padre iba caminando del portón hacia la casa. Era nuestro entrañable lugar, la granja y su casa blanca de dos pisos, con techo rojo. Ubicada en una fértil llanura agrícola al noroeste de Beit Lahiya, tenía huertos con árboles de limón, naranja y albaricoque, y habíamos adquirido recientemente 60 vacas lecheras.

Es la granja más cercana a la frontera norte con Israel. Irónicamente, siempre pensamos que el mayor peligro no vendría de las tropas israelíes, que usualmente han pasado de largo cuando montan una incursión, sino de cohetes extraviados de Hamas, cuando éste dispara contra ciudades israelíes al norte de nosotros.

Sin embargo, poco antes de la puesta del sol del sábado, cuando tropas de tierra y tanques israelíes invadieron Gaza para supuestamente acabar con los nidos desde donde Hamas dispara sus cohetes, la paz de ese lugar se hizo pedazos y la vida de mi padre se extinguió a la edad de 48. Aviones de combate y helicópteros hicieron su barrido, bombardeando y disparando para abrir paso a los tanques y la infantería que llegaron con la oscuridad. Fue uno de esos ataques aéreos con F-16 lo que mató a mi padre.

La casa se redujo a poco más que polvo, y de papá no fue mucho más lo que quedó. “Apenas un montón de carne”, dijo más tarde con franqueza brutal mi tío, quien lo encontró en los escombros.

Como la mayoría de los habitantes de Gaza, mi madre, mis hermanas y mi mujer -que tiene nueve meses de embarazo- y yo hemos pasado la última semana, de la ofensiva israelí, atrapados en nuestro piso en la ciudad. Pero mi padre había decidido permanecer en la granja; él sabía que sería imposible volver para cuidar del ganado, si se iniciaba la esperada invasión de tropas. Nos llamaba a diario. La última vez que lo vi fue el jueves, cuando trajo efectivo y una bolsa de harina. Hablamos del inminente nacimiento de mi primer hijo y cómo íbamos a llevar a mi esposa, Ala, a un hospital en medio de los bombardeos y el caos.

Por supuesto, el sábado por la noche no había ninguna esperanza de conseguir una ambulancia que llegara hasta la granja, porque las carreteras habían sido cortadas por los israelíes. Por lo tanto, mi tío y mi hermano manejaron los 8 kilómetros hasta allá, y el resto de nosotros nos quedamos sentados, en estado de shock, temblando en la oscuridad del apartamento, abrigándonos con las cobijas para mantener el calor, y rodeados del trepidar incesante de los tanques. Muy en el fondo, todos sabíamos que papá estaba muerto. Él tenía que haber estado en o cerca de la casa, y si un F16 dispara directamente a tu casa, ya sabes lo que eso significa.

Cuando llegaron, encontraron un montón de escombros humeantes. La mayoría de las vacas yacían muertas y otras habían huido, heridas. Mahmoud, un adolescente de la familia, estaba con mi padre cuando la bomba israelí aplastó la casa. La fuerza del ataque lo arrojó a 300 metros. Encontraron el cuerpo de Mahmoud en un campo vecino.

Hemos enterrado a mi padre y a Mahmoud ayer por la mañana en un funeral muy rápido, a sabiendas de que los tanques israelíes están a sólo 3 km, en las afueras de la ciudad. Podíamos escuchar el traqueteo de las ametralladoras que acompaña a los tanques. Los israelíes pueden decir que había militantes en el área de nuestra finca, pero yo nunca lo voy a creer. El punto más avanzado de lanzadores de rockets está a 6 kilómetros al sur de la ciudad de Gaza. Hasta la frontera sólo hay campo abierto donde nada se puede ocultar.

Mi padre, Akrem al-Ghoul, no era militante. Nacido en Gaza y educado en Egipto, fue un abogado y juez que trabajó para la Autoridad Palestina. Después de que Hamas ganó las elecciones, renunció y se dedicó a la agricultura. El padre de papá, Fares, quien fue expulsado en 1948 de su hogar, en lo que ahora es la ciudad israelí de Ashkelon, había comprado la tierra en la década de 1960.

Durante la segunda intifada, y hasta que los israelíes se retiraron de Gaza en 2005, la finca fue ocupada por colonos israelíes, pero después de 2005 fuimos allí todos los días festivos. En Gaza, el único escape es la playa o, si tienes suficiente suerte, el campo. Mi padre odiaba lo que Hamas estaba haciendo con el sistema jurídico de Gaza, introduciendo la justicia islámica, y se opuso por completo a la violencia. Él hubiera trabajado duro por una solución justa con Israel y un futuro mejor para los palestinos. Cuando la Autoridad Palestina obtuvo el control de Cisjordania, se trasladó a Ramallah para ayudar a establecer allí los tribunales.

Mi dolor no conlleva el deseo de venganza, que sé siempre es en vano. Pero, en verdad, como hijo en duelo, estoy encontrando que me es difícil distinguir entre lo que los israelíes llaman terroristas y los pilotos y tripulantes de los tanques israelíes que están invadiendo Gaza. ¿Cuál es la diferencia entre el piloto que voló en pedazos a mi padre y el militante que dispara un pequeño cohete? No tengo respuestas pero, cuando estoy justo a punto de convertirme en padre, he perdido a mi padre.

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